El fútbol es una agonía. Es un tipo específico de dolor al que la población es adicta y al que no queremos ni podemos renunciar. Es un deporte tonto que nos convierte a todos en masoquistas, pero hay dos tipos claros de fútbol: el de la liga y el internacional. El fútbol de la liga, la gratificación retardada de la dulce miseria, el tipo de dolor honesto que podemos sostener con rabietas durante diez meses del año. Y luego está el fútbol internacional, especialmente, el fútbol de los torneos.
La mayoría apoyará a sus propias naciones en los grandes torneos, mezclando el orgullo nacional con el dolor familiar de los goles encajados y los partidos perdidos. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la liga, el fútbol no se alarga durante meses; durante la temporada de liga, una derrota nos pone de mal humor, pero rara vez es terminal. Sin embargo, durante esos torneos de gran envergadura, una sola derrota puede provocar los nubarrones y el temor instantáneo.
Algunos equipos serán declarados muertos en la escena antes de que hayan jugado su segundo partido, otros caerán durante la fase de grupos, pero otros provocan la alegría desenfrenada de la progresión antes de las interminables profundidades de la angustia de las eliminatorias.
El fútbol es una amante tortuosa que te atraerá, susurrándote dulces palabras al oído, burlándose de la plata y del raro tipo de éxtasis futbolístico que la mayoría nunca llegará a probar. Te dirá que cualquier cosa puede pasar durante 90 minutos, que cualquier equipo, incluso tu mierda, puede marcar un gol o mantener la portería a cero.
Es una enfermedad que aflige a la gente en masa, un delirio que se suele degustar en las sofocantes noches de verano, la tentación del éxito en los torneos como un oasis en el desierto; un opiáceo para los que rinden culto en el templo del fútbol. Cuanto más avanzan nuestros equipos, cuanto más se acercan a la legendaria tierra prometida de una final, más deliciosa es la miseria al final del camino, el olvido del torneo que la mayoría sufrirá.
Finalmente, los obstáculos serán demasiados para que tu equipo siga saltando y el final será repentino, marcado con un silbido estridente para despertarte de tu tentador sueño. Los jugadores caerán al césped, rotos y cansados tras haber sido igualmente seducidos por la promesa de la gloria internacional, para quedar tan humillados y escocidos como sus aficionados. Jugadores y aficionados unidos en la miseria, engañados y burlados por el juego al que no pueden renunciar.
Como los clavos dibujados en una espalda desnuda, rastrillando la carne desnuda, la pérdida dejará un aguijón agudo, curándose lentamente justo a tiempo para el comienzo de la temporada de liga y una promesa renovada de felicidad tortuosa.
